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Ahora viste de esplendor. Mayo, mes de la Virgen María.

Por D. Julián Díez, párroco de Santa Engracia

Seguramente, estos días pasados te has encontrado con ella.

Iba vestida con su túnica morada ―o con la negra― y llevaba un manto del mismo color.

Apareció en el Vía crucis, y se quedó.

Se presentó, María, sin que nadie la llamara.

Sabía que Dios contaba con que estuviera; y esto le bastó.

No pensó en su dolor, en la humillación, en las burlas… Era la Cruz de su Hijo.

Ha aprendido mucho, María, en estos días.

Es experta en vía crucis y calvarios. A excepción de Jesús, nadie sabe tanto como ella.

No hubiera hecho falta que Jesús ―clavado y agonizante― te presentara como hija, como hijo.

En el Gólgota aprendió sin palabras.

Sin que nadie la llame, la encontrarás ―fiel, silenciosa― en tus cruces y calvarios.

Ahora viste de blanco.

Acudió a la tumba ―así vestida, con un manto del mismo color― al alba del primer Domingo.

No hubo testigos.

Se presentó sin que nadie la llamase.

Su corazón lo sabía, y debía estar… Era su Hijo.

Sin que nadie la llame, la encontrarás ―fiel, cómplice― en tus gozos y alegrías.

Hace mucho, mucho tiempo, sin que nadie la llamase intercedió por unos jóvenes, por unos novios. Vestía de azul.

Arrancó de las manos del Dios Encarnado el primer milagro.

Aún se recuerda. Un diluvio de vino y esperanza.

Sin que nadie la llame, la encontrarás ―fiel, servicial― en todas tus necesidades.

En este mes de mayo se pasea ―ingenua, vestida de esplendor― por todas las vidas.

No lleva bagaje. Pero su sonrisa es un saco inagotable de gracias.

Viene y sonríe. Se retira discreta. Pero vuelve.

Mayo. Sin que nadie la llame, la encontrarás ―fiel, generosa― todos sus días.

Aunque nadie la llame… Madre. Humilde.

¿Por qué no la llamas? Gustarás insospechadas maravillas.