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«El poder del Camino», por Chema Albalad

Ganas e ilusión. Miedo e incertidumbre. Estos dos pares de adjetivos enfrentados definen  la sensación que invadía mi interior antes de comenzar a caminar hacia la tumba del Apóstol Santiago el pasado 9 de julio. Sin embargo, por lo que pude comprobar en jornadas precedentes, mis sentimientos no eran únicos, ya que la mayor parte de los miembros de Sicar -el Grupo de Jóvenes de la Parroquia de Santa Engracia de Zaragoza con el que he completado este reto individual y colectivo-, tenían un parecer semejante.

Así lo pude comprobar en los tres días de servicio que compartimos en el Cottolengo del Padre Alegre -Barcelona- los días 5, 6 y 7 de julio, una experiencia enriquecedora que, sin apenas darnos cuenta, nos fortaleció física y espiritualmente para emprender el Camino de Santiago con energías renovadas. Sin duda, fue el mejor entrenamiento de los muchos que podíamos haber realizado. Y es que, aunque fuese durante un breve período de tiempo, conseguimos evadirnos de la rutina diaria y de los problemas cotidianos para entregarnos en cuerpo y alma a Dios y a los demás, una experiencia de amor que no deja indiferente a nadie.

A la vuelta de la ciudad Condal un clima de inmensa satisfacción personal invadía el autobús: las 72 horas vividas en el Cottolengo habían tocado todos y cada uno de nuestros corazones. Por su parte, la calidad humana del grupo de personas que integrábamos esta expedición hizo que, con más celeridad de lo habitual, los compañeros/as conocidos obtuvieran por mi parte el rango de amigo/a, algo que me permitió intercambiar impresiones más profundas de lo que acostumbro en determinados ámbitos y, por ende, salir beneficiado de las mismas.

Apenas medio día antes de emprender rumbo a Santiago, el grupo desprendía ganas e ilusión por los cuatro costados: la alegría propia de saber que en pocas horas iba a empezar para nosotros el tradicional Camino. Sin embargo, también se respiraba cierto miedo e incertidumbre. La inseguridad de no saber con certeza si seríamos capaces de culminar con éxito nuestro objetivo y el desconocimiento de lo que iba a significar esta actividad en nuestras vidas mantenía a más de uno a la expectativa.

Nuestra llegada a Galicia, la tarde del jueves 8 de julio, estuvo marcada por una fuerte tormenta de granizo, lo que aumentó la inseguridad entre los participantes. La primera noche la pasamos en el Monasterio de Samos -provincia de Lugo-, donde muy amablemente nos acogieron sus monjes Benedictinos. El verdadero peregrinar estaba a punto de comenzar, por lo que nuestro paso por este convento marcó un punto de inflexión en nuestra trayectoria.

“Vamos chavales. Santiago nos espera”. Esta frase emitida por Don Carlos Escribano, nuestro querido párroco, cuando el reloj aún no marcaba las seis de la mañana nos hizo salir de nuestros sacos velozmente. Por fin había llegado para nosotros el tan esperado 9 de julio. Era muy pronto, sobre todo para los que no acostumbramos a madrugar tanto. De ahí que los rostros de los “Sicarios”, aún con legañas, no transmitieran, por el momento, buenas sensaciones. Sin embargo, la imposición de cruces y la bendición impartida por el Padre Prior poco después cambió radicalmente el panorama: las ganas por empezar a dejar mojones atrás eran ya la nota predominante.

Foto: Chema Albalad.

En Sarria comenzamos a caminar. Fue entonces cuando experimentamos en nosotros mismos la grandeza del Camino de Santiago. Los que no lo habíamos realizado con anterioridad cambiamos nuestra manera de pensar. Tan sólo unos pocos kilómetros sirvieron para encontrar el verdadero espíritu de esta peregrinación, en la que el encuentro con Dios, con uno mismo y con los demás es compatible.

A pesar de que el tiempo nos respetó durante todas las etapas, los momentos de sufrimiento fueron apareciendo. Las primeras ampollas, los dolores en huesos y músculos o el simple cansancio de llevar varias horas caminando hicieron acto de presencia, antes o después, en cada uno de nosotros. Y es ahí donde comenzó, con mayor o menor profundidad, nuestra reflexión, comprendiendo así en primera persona el significado de la actividad que estábamos llevando a cabo.

Foto: Chema Albalad.

Comprobé que estaba ante un fiel reflejo de la vida misma. El recorrido, integrado por piedras y desniveles, me hizo meditar sobre los buenos y malos momentos que atraviesa todo ser humano a lo largo de su existencia, un paralelismo que tiene, indudablemente, su razón de ser. Entre tanto, la mochila se convirtió en un auténtico lastre, un peso que representaba las distintas cargas que arrastramos en nuestro día a día. La pregunta fue inevitable, la reflexión inminente: ¿está bien hecha mi mochila de la vida o, por el contrario, llevo pesos innecesarios dejando fuera otros más gratificantes?

A estas alturas del siglo XXI, en las que el materialismo brilla con luz propia, resulta difícil pararse a pensar. Sin embargo, los buenos y malos momentos del Camino, en soledad algunos de ellos, ayudan a encontrarse con uno mismo. Precisamente, el reencuentro personal, al menos a mí, me hizo sentirme vivo, de forma que me planteé una serie de cambios para mi vida. Pequeñas modificaciones que, quizás, sin esta peregrinación no hubiera descubierto.

Momento especialmente emotivo fue la llegada a Santiago de Compostela, donde todos, de una u otra forma, sentimos una sensación indescriptible diferente a la esperada. La alegría de haber completado con éxito el Camino quedaba relegada a un segundo plano, ya que, en el fondo, éramos conscientes de que el verdadero reto comenzaba a partir de ese momento. La lluvia fina con que nos recibió la Plaza del Obradoiro no impidió que formáramos con todas nuestras mochilas una significativa cruz, dejando así patente el motivo de nuestro peregrinar.

Foto: Belén Calavia.

Doy gracias a Dios por la compañía que me ha dado en estos maravillosos días, ya que me ha ayudado a vivirlos con mayor intensidad. Y es que, entre risas y carcajadas, puedo asegurar que en todo momento me habéis aportado mucho más de lo que podáis imaginar. Porque en estos días, junto a vosotros, he vivido experiencias difíciles de repetir e imposibles de olvidar. Ahora puedo decir que estoy con energías renovadas para el camino de la vida. De corazón, ¡muchas gracias!

Foto: Belén Calavia.

Samos acoge a Sicar en su llegada a Galicia

(Monasterio de Samos, 8/07/10). Tras tres intensos días en Cottolengo (Barcelona), los jóvenes de SICAR hemos emprendido un nuevo reto: el Camino de Santiago. Así, sin apenas tiempo para el descanso, a las 9:00 horas hemos iniciado en autocar un largo viaje que nos ha conducido hasta la localidad gallega de Samos. La jornada, calificada por alguno de los asistentes como “de transición”, ha servido para que todos los miembros de este grupo se conozcan un poco más.

Las 59 personas que formamos esta expedición, entre las que se encuentran los recién ordenados Diáconos Guillermo Contín y Damián Sáez, estamos ya descansando en el Monasterio de Samos, donde muy amablemente nos han acogido sus monjes. Y es que mañana comenzaremos a caminar con el Apóstol Santiago como punto de referente.

Esperemos que el tiempo nos respete, algo que no ha ocurrido a lo largo de esta tarde, pues una fuerte tormenta de granizo ha marcado nuestra llegada. Tras asistir a la Santa Misa, cenar y realizar terapia de grupo, descansamos ya entre las paredes de este Monasterio Benedictino, a cubierto y en cama. Mañana, la Providencia dirá.

Buenas noches.

PD: Las inclemencias meteorológicas impidieron ayer por la noche conectarse a Internet, motivo por el que publicamos este post con un día de retraso. Si todo marcha conforme a los cauces de la normalidad, os mantendremos informados día a día: ¡Santiago nos espera!

The way

Hola amigos,

Este vídeo es el videoclip de una canción titulada «The Way», cantada por sacerdotes católicos.

Un abrazo